miércoles, 13 de febrero de 2008

La palmera

La consigna de la profesora fue clara, pero no podría decir si realmente la entiendo

La actividad proponía suplantar a la literatura con alguno de los objetos o sujetos comprendidos dentro del cuento Nido en los huesos

-Esto va a ser complicado- fue lo primero que pensé, y aunque sigo creyéndolo en este momento (principalmente porque uno siempre busca su propio estilo al escribir y yo aún no se cual es el mío), ya decidí que el objeto va a ser la palmera, como podría haber sido cualquier otro.

¿Por lo menos es un comienzo no?

¿Cómo hacer pasar a una palmera por la literatura? Bueno, quizás esa no sea la forma apropiada para comenzar, pero creo que a partir de aquí tengo una idea bastante clara de lo que quiero transmitir a quien lea estas líneas.

Como podría ser la palmera cualquier otra cosa que literatura, si yo creo que la literatura esta presente en todas partes.

Veo la palmera y pienso, por ejemplo, en su altura.

Esa altura me transmite que quizás sea para mi muy complicado escalar hasta la parte superior, como también es complicado comprender ciertos textos de Borges para quien los lee por primera vez, pero una vez que intentemos escalar su obra, después de habernos cansado o caído (¡o tirado alguno de sus libros por la ventana!), podemos llegar a disfrutar cada palabra que él escribió, y en algunos casos, hasta adivinar que es lo que pensaba al escribirla.

Quizás también podamos ver las hojas de la palmera y pensar que son hermosas, o por que no, creer que nada tienen de belleza, al menos con sus extremos punzantes que nos lastiman. Nadie ha tenido alguna de esas dos sensaciones al leer un cuento de Horacio Quiroga? ¿O quizás alguna novela de Dostoievski.

Yo veo la palmera y pienso, puedo utilizarla como un pasatiempo, ir a recostarme en su sombra cuando tenga calor, sé que en algunos lugares del interior de nuestro país las amas de casa utilizan sus hojas para barrer la vereda. Pero también se puede construir una casa y vivir sobre ella. Hay quienes utilizan la literatura como una forma de distraerse, mientras que otros pretenden hacerla su forma de vida, enseñarla, ejercitarla, vivir de ella y, con suerte, dejar un legado o marca, aunque sea dentro de nuestra misma familia.

Al ver una palmera en un jardín podemos contemplarla en su contexto y observar que condimento visual le agrega a su ambiente, como se complementa y que beneficios trae a su medio, quizás hasta llegaremos a admirar esa palmera. Pero si la sacamos de ese espacio y la analizamos en detalle, quizás lleguemos a la conclusión de que es una planta desagradable, o que simplemente no nos gusta. Esto último me ha pasado a lo largo de mis años de lectura al querer separar la obra literaria de A. Bioy Casares (de cuya prosa soy absolutamente fanático) con su forma de pensar, y la que seguramente debió ser su forma de actuar. Uno desarrolla cierta sospecha sobre su calidad como ser humano, solo basta con leer alguna de sus tantas memorias.

Cuántos de nosotros podríamos ver formas diferentes en las hojas de una palmera, cuantas de nuestras impresiones serian completamente distintas dependiendo quizás del momento del día (o de nuestra vida) en el cual la observáramos. Con esto en mi cabeza no puedo dejar de pensar en cuántas alegorías ocultas hay en la obra de Henry James, cuantas formas diferentes de interpretar su libro “Otra vuelta de tuerca”.

Todas las hojas son hijos de la misma palmera, pero cada una de ellas es única, diferente. En 1896 Marcel Schwob nos dejo conocer sus “Vidas Imaginarias”, pequeño volumen en el cual él creó, de relatos populares, mitos o leyendas, 22 vidas completamente diferentes entre sí. ¿O fueron ellas quienes lo crearon a él?

Las hojas que han alcanzado grandes longitudes se han convertido en monumentales, aún así corren riesgo de quebrarse y caer con alguna tormenta, de morir por su propio peso. Pienso en ellas, recuerdo a Leopoldo Lugones, Ernest Hemingway, Virginia Woolf, Jack London, en el antes mencionado Horacio Quiroga.

Toda esta justificación de la palmera podría seguir durante hojas.

Pero más allá de todo lo que he mencionado, una cosa se presenta aun más fuerte dentro de mí, y no es la similitud de la palmera con la literatura, sino lo inverso.

La diferencia.

Se reconoce a la palmera como uno de los árboles que mas tiempo demora en crecer, las ramas que caen año tras año dejan un cabo que, con el tiempo, va convirtiéndose en tronco, pero el crecimiento es muy lento.

Contrariamente a esto, la literatura ha ganado espacio dentro de mí de una forma sorprendentemente acelerada, vertiginosa. Año tras año leo cada vez más libros, compro cada vez más libros y siempre siento que no va a alcanzarme la vida para leerlos todos, eso me entristece.

Pienso en la literatura y finalmente solo tomo una cosa por cierta: es que no puedo escaparme de ella, no quiero hacerlo.

Quizás yo mismo hice ya mi casa en esa palmera, e hice amigos en todas esas hojas. Tal vez algún día me caiga, o la palmera sea quien se precipite. O simplemente podría terminar hartándome de ella, quizás ella me rompa el corazón.

Si tenemos suerte y nos entendemos, podríamos sacarle provecho al tema.
Al final, quizás solo me haga más viejo a su lado, y muera.
¿Quién sabe?

Pablo Daniel Fernández

Fotos de Jordi Armengol


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