El encuentro comienza con la re-lectura del artículo teórico de Bravo y Ardúriz acerca del ensayo, que ya conocíamos del encuentro anterior sobre el tema. Verónica les indica trabajar especialmente las partes de definiciones y decálogo de características del ensayo y les pide que vayan poniendo entre signos de interrogación segmentos de esas explicaciones, como cuando trabajamos con la hipótesis de lectura. Compartimos y tomamos nota en el pizarrón de las preguntas que le habían hecho al texto, a sabiendas de que luego volverían como orientación de la lectura y comentario a los ensayos de l@s compañer@s. El primero fue Nicolás: “¿qué recurso utilizó para argumentar?”, que cambiamos por "¿qué recurso utiliza para argumentar?" porque para este tipo de preguntas a los textos preferimos un presente atemporal y explicativo en lugar del pasado “utilizó”, ya que lo que está en el pasado es nuestra lectura, no el texto en sí que describimos con unas características que vimos en él y deberíamos poder volver a encontrar. Destacamos además que es muy probable que un ensayo emplee unos cuantos recursos argumentativos pero que es interesante preguntar en singular puesto que a nivel de la estructura o el estilo alguno puede ser la marca de identidad del texto que leemos, no están todos los recursos al mismo nivel. Andrés pregunta por un tipo de recurso en particular: “¿qué función cumplen las preguntas en el texto?”.
Las preguntas aparecen también como modo de indagar el tema. Al respecto, Guillermo se sumó preguntando: “¿qué es lo que el texto se pregunta? ¿cuál es la pregunta que pretende contestar?”; alguien más: “¿qué verdad busca?”. Mariela en cambio se preocupó por “¿cuál es la antítesis central sobre el tema presentado?”. La palabra antítesis podía entenderse de dos maneras: por un lado como anti-tesis, es decir, como aquella posición contra la que se discute, y por el otro, como un recurso que presente las oposiciones que configuran el problema. En relación con la moral una de las preguntas fue: “¿cuál es el discurso moral o las costumbres que se piensan?”.
En otras preguntas comenzó a hacerse notar un poco más el lugar del lector: “¿qué espera el autor del lector?” o “¿a qué tipo de lector apunta?”, que fue seguida por una intervención de Nicolás en la que mencionó el concepto de “lector modelo”, es decir, quién se espera que lea el texto. Explicamos que este término lo conocemos de Umberto Eco -en Lector in fabula hay un capítulo con esta expresión como título- y se refiere a la relación dialógica que el lector real establece con el lector supuesto en el texto. Esta relación se manifiesta en el uso de las reglas de género (proponer mayor complicidad o, por el contrario, mayor distanciamiento para el cuestionamiento, por ejemplo) pensadas/ propuestas por el texto como instrucciones de lectura y en cómo el lector real las maneja (si las reconoce y las acepta, se une al juego, o si, por el contrario, las desconoce, o conociéndolas, las rechaza, discute o transgrede). Guillermo apunta que esto está relacionado con el “contrato de lectura” que establecen, por ejemplo, los diarios (que son pensados para públicos más o menos definidos, se refiere al perfil o "target") y Verónica señala que esto también ocurre en la literatura en lo que llamamos “pacto ficcional” y que se relaciona con la idea de verosimilitud. Aún en relación con la idea de diálogo que establecen los textos, la última de las preguntas fue: “¿de dónde / de qué saberes/ de qué otras voces toma sus argumentos?” ¿Preguntas que tuvieran que ver con el lugar del ensayo entre los géneros literarios? Responde Pablo: “¿siente haber encontrado algún estilo/una marca de estilo literario?”. Entonces, atendimos la necesidad de aclarar qué es lo que se entiende por “marca de estilo”: de un genérico "forma de escribir" (que podía referirse también a la estructura o a una postura enunciativa) especificamos que, por lo general, "estilo" refiere a la estructura de la frase, (uso de metáforas u otras figuras, alegorías, parodia de estilos de otros, reelaboración del lenguaje popular, extensión/ simplicidad/ complejidad de las frases, etc.).
Después de esto, se reúnen en grupos y, como han hecho ya con los cuentos, comentan (al menos tres) ensayos en proceso de sus compañeros. ¿Qué vamos a comentar? Vamos a elegir frente a cada ensayo leído qué pregunta/s es más interesante "leer"/"responder" sobre ellos y eso es lo que vamos a escribirles a continuación. En muchos casos, los comentarios se producen oralmente, así que reforzamos sugiriendo que para no olvidar algo que pudiera ser importante, tome nota cada uno de lo que l@s compañer@s le han dicho.
Mientras todos estaban sumergidos en la actividad, Vero había anotado en el pizarrón las siguientes preguntas (hurtadas a la creatividad de Silvina ayudante del turno tarde): ¿dónde está el lenguaje?, ¿cuántos órganos tiene el lenguaje?, ¿se piensa o se habla?, ¿qué esconde?, ¿las palabras o las cosas?, ¿quién está en el lenguaje?, ¿qué tiene el lenguaje que no tengo yo?, ¿de qué vive el lenguaje?, ¿alguien a algo se esconde en él?, ¿se puede nombrar lo que no existe?, ¿un lenguaje o muchos?, ¿se puede decir el silencio?, ¿es ausencia o presencia el lenguaje?, ¿qué tengo yo que el lenguaje no tenga?.
Y l@s ingresantes fueron invitados a hacerse responsables de su respuesta en el Génesis y el Apocalipsis. Eligieron individualmente una de las preguntas para contestarla desde la perspectiva del inicio o del fin del mundo. ¿Perderíamos la memoria de lo que sabemos si contestamos desde el comienzo de todo?, ¿podemos decidir qué memoria quedaría después del fin?, divinas inquietudes.
Al momento de las respuestas l@s apocalític@s comenzaron (no hay que ser estructurado, al fin de cuentas) por “¿de qué vive el lenguaje?”, a lo que contestaron: “de todo aquello de lo que se pueda dar una interpretación”; otros dijeron que “vive del hombre (…) Cuando el lenguaje deje de vivir el hombre se apagará”. L@s ¿"genétic@s"?, en la voz de Patricia, se preguntaron: “¿se puede decir el silencio?”; a lo que contestó: “No hay silencio, hay objetos fuera de mí que me dicen su nombre. (…) Le damos existencia a todas las cosas desde la palabra”. A esta pregunta el Apocalipsis respondió en la voz de Ángela (ironías del destino o alguien más que no encuentra su lugar en el mundo): “ Todo se puede decir. A veces decir es silencio. (…) Ahora todo es silencio”. Iván se cuestionó si se puede nombrar lo que no existe y respondió: “No se puede, porque al nombrar ya es algo”. Ante la misma pregunta, Teresa manifestó “no, no se puede; pensar tampoco; las cosas existen tal vez (…). Es mucha pretensión abarcar el mundo en la cabeza”. Nicolás señaló que lo que tiene él y no el lenguaje era la capacidad de modificarlo y Sabrina que lo que tenía el lenguaje y ella no era la evolución, pero sin la muerte. Andrés manifestó que para él había muchos lenguajes y que cada uno permite cubrir posibilidades de las que los otros carecen, así que definitivamente votaba para el fin del mundo "todos los lenguajes posibles". Nicolás se preguntó dónde vive el lenguaje a lo que respondió: “vive en todos; sólo morirá si mueren todos”.
¡RECREO!
(gracias Teo)
Al volver, se compartió en voz alta (a cargo de los estudiantes por pedido de ellos) la lectura de “Un signo en el espacio ”, de Ítalo Calvino y Verónica pide que marquen en el texto los pasajes con los que se sientan identificados con el protagonista. Al finalizar se piden comentarios sobre el texto. Nicolás resalta la ambientación que propone el texto, la idea de ese tiempo infinito, inconmensurable y lo observa también en el estilo: en la extensión y complejidad de las frases como si tuviera todo el tiempo del universo para terminar cada idea. Otros hicieron hincapié en el signo como creación grupal y peleaguda de la sociedad y cómo sus características no están en el afuera objetivo, sino como invención en la cabeza de quien lo produce. Iván señala cómo el vínculo (conflictivo entre Qfwfq y Kgwgk) nace a partir de la necesidad del signo. Antes esto muchos rememoraron el vínculo con el signo mismo y comentaron la vergüenza que les daba volver sobre escritos viejos (puntualmente sobre diarios íntimos) o la satisfacción que les daba encontrar sus signos en aquellos lugares (en cajones de hoteles, según confesión de Pablo) en los que los habían dejado muchos años atrás.
Ángela se había identificado en su reconocimiento de algo que aprendió de Eliseo Verón acerca de la “semiosis social”: cada acto puede producir sentido, es decir, ser signo y, al mismo tiempo, esas producciones de sentido pueden variar entre sí, pero eso no implica que se eliminen mutuamente, sino que se superpongan, que creen multiplicidad de sentidos que sean leídos de maneras diferentes según la red social que los establece y cada lectura produce signos y es leída a su vez, al infinito. ¿Semiosis? Produccion de signos, de significaciones (atribución a "algo" de su carácter de signo).
A continuación elegimos uno de los textos teóricos sobre el lenguaje para hacer la lectura comentada; tenemos para elegir Saussure, Barthes, Iturrioz y la RAE. Comenzamos con Iturrioz y sin avanzar mucho, ya surgen comentarios sobre el problema de las etiquetas. Much@s traen recuerdos del colegio en los que la ruptura de los estándares provocaba exclusión y peleas. Nicolás se acuerda de un compañero (con precisión: Moisés Tolaba) proveniente de una zona rural de Jujuy y de las diferencias en su forma de tratar a la gente (señala que era mucho más respetuoso que el resto) y del modo diferente a su vez de l@s demás para tratarlo a él. Una de las chicas recuerda un caso en el que el aspecto exterior influía en el trato que compañer@s y docentes tenían con ella. También comentan cómo las peleas entre padres por cuestiones como la diferencia de nacionalidad, repercuten en l@s niñ@s, ya que ell@s repiten discursos y actitudes sin ningún tipo de filtro de lo "políticamente correcto". Patricia comenta el problema de las etiquetas en l@s “niñ@s hiperquinétic@s” y cómo la ligereza a la hora de aplicarlas provoca niñ@s medicad@s, dopad@s. Después de varios relatos incluso autobiográficos sobre medicaciones y juicios pedagógicos de padres y de maestr@s a partir de diagnósticos (o pseudodiagnósticos) psicológicos, señalamos cómo esta terminología científica legítima que legitima decisiones muchas veces no es más ¡ni menos! que sentido común, lugar común. La estigmatización hace que se deje de actuar, o se actúe encansillando al otro. Varios de los relatos habían dado cuenta de lo que llamamos "efecto Pigmalión": la etiqueta termina por convencer y constituir identidad en l@s niñ@s desde el "problema". Ante esta referencia al poder simbólico de la palabra Julia y Patricia traen a cuento el texto de Dominici en el que él termina procesado por el sentido que "el juez" (y la sociedad y el lenguaje y el imaginario que él representa) le dio a la palabra y no por las palabras en sí de Dominici en su testimonio. Sabrina contribuye a este comentario asociándolo con la apología de Sócrates, ya que él fue juzgado por corromper a la juventud con su pensamiento, de la misma manera que a Dominici lo condenan por las representaciones que subyacen en sus palabras (y a las palabras de los otros...).
Finaliza el encuentro, anunciado su final por cinco gentiles minutos de indicador parpadeo de luces. (Habemus horologium et funcat).
Avisos parroquiales:
No olviden que la fecha de entrega de la versión final del cuento y del ensayo es el 27/02.
Están más que invitados a dejar como comentario las respuestas que Génesis y Apocalipsis dieron a las preguntas sobre el lenguaje (mil perdones, pero no nos daban las manos para copiar, sepan comprender…). ¡Gracias!
3 comentarios:
EL GENESIS
Es el principio…
…no hay silencios. Hay objetos fuera de mí que me dicen sus nombres, sin emitir sonidos. Yo los repito, internamente. No invento nada.
También hay Otros. Estos han tenido experiencias parecidas a la mía porque nombran las cosas. Pero la comunicación entre nosotros es imposible. Finalmente, convenimos en designar las mismas cosas con los mismos nombres, para entendernos.
El poder es inmenso. Ahora le damos existencia a todas las cosas por medio de la palabra.
Patricia Rondomanskas (T.N)
Desde el Génesis...
¿Se puede nombrar lo que no existe?
¿Se puede decir el silencio?
En el principio no hay nada. "Sólo el Espíritu aleteando sobre las aguas..."
Pero no se puede nombrar el principio, ni el espíritu, ni el agua. No se puede nombrar esta nada. No hay palabras ni lenguaje, ni siquiera capacidad de construir expectativas, esperanzas, para imaginar todo lo que vendrá. Ni voluntad para inaugurar todo lo que existirá.
Aquí no hay nada que decir, suponer ni soñar. Y aún no hay un más allá. Este caos no tienen nombre, y tal vez tampoco la presencia de la esencia condensada en este microcomienzo. Tampoco podemos llamar, convocar, evocar la esencia. No podemos nombrarla, no tenemos con qué.
Pero tal vez quien posea el signo, quien cree las palabras, pueda crear también las primeras cosas.
María Florencia Penén (TN)
El cielo como objetivación de lo incalculable.
Recuerdo vagamente la denominación de “valores”. Lo que me dicta el recuerdo y algo del sentido común (que espero tener) es algo así: “los valores son las características particulares de las cosas, y es gracias a estas características que se pueden diferenciar dichas cosas entre sí, formando signos únicos e irrepetibles”. La denominación es mala y no es la más completa, pero sirve para comprender el sentido de la premisa que este ensayo intenta defender: los valores, al ser subjetivos y arbitrarios, intentan delimitar las cosas y darles un cierto orden objetivo. Pero si ponemos en duda esos valores (cosa posible, pues éstos como bien se ha dicho son subjetivos y dependen de una visión particular, condicionada por lo cultural) caemos primero en la duda de dónde comienza y termina el orbe, para luego descender en la desesperación del caos, ya que al no estar más presentes los valores culturales, perdemos la posibilidad de escapar a la única paradoja insalvable, a saber: el infinito tiene como valores su "no principio" y su "no fin". Ahora bien, si esto es cierto, esos valores quedan automáticamente anulados, puesto que es lógicamente imposible comprobar el "no principio" y el "no fin" de lo infinito... He ahí la contradicción caótica que los valores culturales intentan desesperadamente camuflar. Muchos dirán argumentos de intelectual muy interesantes como: "la capacidad de establecer valores es innata en el hombre"; "era necesario establecer valores al comienzo de la historia para poder darle nombre a las cosas, y así identificar y advertir la presencia de un peligro. Y esa tradición sigue hasta hoy, sin que nadie la haya cuestionado"; "usted tiene demasiado tiempo libre". Yo les respondo a todos lo mismo: revisen la hoja con la que están leyendo esto o escribiendo sus grandes críticas y pregúntense qué ha sido eso antes de ser hoja, y qué ha sido eso antes de ser árbol... Y rían si quieren, pero no es el sin sentido de hacernos estas preguntas lo que nos hace simplemente olvidarlas, sino que pensamos en para qué hacerlas si no llegaremos jamás al comienzo ¿Y si no hay comienzo, cómo está esa hoja de papel ahí, en sus manos en este momento, las cosas para "ser" deben haber tenido un inicio? Nos vamos entendiendo, espero.
Para defender esta postura de la utilización de los valores culturales como puerta de escape a la desesperación del infinito, podríamos hasta poner en duda la definición de “valores” a través de un argumento muy sencillo y hasta divertido: la denominación de valores también es una forma de establecer valores, ya que se le adjudican características particulares a lo que se cree que es un “valor”, delimitándolo, apartándolo de todas las otras cosas, cargando así de valores a la noción de... valores. Éste es el punto: valoración de la valoración de la valoración… Encontramos un evidente ad infinitud, con lo cual se puede decir que las funciones principales de los valores –establecer límites, demarcar la diferencia de las cosas a través de sus características particulares- más que limitar terminan por hacernos caer en la tempestad del infinito otra vez. Tal parece ser que la famosa frase: “lo que se esconde por la puerta se mete por la ventana” es por sobre todo cierta.
Supongamos que los argumentos hasta ahora no los han convencido. Está bien, es razonable el hecho de dudar de lo que un loco intenta decirles a miles de personas coherentes. Pero tengo algunos ejemplos para, por más que compartan o no, conozcan la postura que se intenta defender.
El primero se refiere a la vida del hombre y su falaz esbozo de “principio y fin”. Cabe la pregunta: ¿principio y fin en función de qué? Se ve claro que esta pregunta no ha sido respondida con exactitud, sobre todo al revisar problemas comunes como la despenalización o no del aborto, donde según el punto de vista, el valor de “principio” es por sobre todo diferente según la postura (más allá de ciertas instituciones que utilizan la defensa de sus anticuados argumentos para demostrar que aún tienen una fortaleza y -sobre todo- los adeptos que ya no poseen). Otro ejemplo, para ir un poco más lejos de nosotros y ubicarnos en "el afuera", podría ser lo que reúne los valores culturales necesarios para denominarse “cielo”. Y tal vez este ejemplo sea aún más eficaz, ya que la existencia del cielo puede hasta ser tomada como una metáfora de lo que producen los valores: una limitación, un intento desesperado de clasificación y objetivación de la realidad a través de la subjetividad, sin pensar (sin querer ni pensar, pues es algo terrible) en qué habrá más allá del cielo. Digo lo que ya se sabe por científicos: más allá del cielo se encuentra el espacio infinito. Es ideal saberlo, pero aquel infinito continúa camuflado, atrapado (¿o seremos nosotros los que estamos atrapados?) por esa capa azul que tanto amamos y valoramos.
Entonces el tiempo y el espacio sólo se delimitan a través de la línea de los valores, que en un intento desesperado tratan de ordenar el caos paradojal al que nos encontramos cuando intentarmos darle valoraciones al infinito.
A los descreídos que si ven una mesa piensan, "esto es una mesa y punto", les propongo el ejercicio inverso: en lugar de darle valores a las cosas tangibles (o no tangibles, pero presentes) y luego ir hacia la historia de una forma cronológica y valorativa, primero vean el escenario inclasificable en el que están esas cosas, y adviertan que ellas no sólo forman parte del escenario infinito, sino que, efectivamente, son ese escenario incalculable.
Nicolás Ferraiolo
Turno noche
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